L’Ormindo

Siempre el recuerdo más grato es el primero: fue el seis de Febrero de 2015 que llegué a Londres desde París con apenas unas cuantas horas de ventaja para asistir, en medio de silencio y penumbra, a una función de L’Ormindo. Los cambios se me antojan onerosos: cuando supe que del original italiano la ópera se cantaría en inglés me inquieté. Vanamente: la traducción fue espléndida. Observa Kundera que no hay estricta reparación pues no habrá injusticia que no sea olvidada; es verosímil deducir que sucederá lo mismo con la belleza. Quisiera, entonces, rescatar, aun por una humilde e ínfima porción de porvenir, un instante de esa tarde.

Un hombre en los albores de la vejez y en la cima de su poder es traicionado por una mujer que aún goza de juventud. El ofendido condena a su cónyuge y al cómplice de ésta a la muerte: beberán un veneno y entrarán, como entraron Paolo y Francesca, a los infiernos. Un fiel servidor, que no ignora que el adolescente y audaz amante de la joven no es sino el hijo del gran señor, troca los venenos por adormideras. Se desploman lentamente, juntos. Es cuando al hombre, entristecido por la irrevocable pero justa sentencia (los temores de la época así lo exigían), le es entregada la carta que revela el lazo filial. Cae de rodillas, el cadáver de su hijo yace a unos pasos. La cabeza hacia abajo, los brazos cruzados sobre el avergonzado pecho, el hombre grita, según el perfecto libreto de Giovanni Faustini: My son! My son! You were so worthy! Durante la eternidad de un minuto el Globe duerme el perenne sueño de los amantes condenados: nada se mueve, ni siquiera la luz; nada se oye, ni siquiera la sombra. Momentos después el servidor celebra el engaño, los enamorados despiertan y el argumento avanza hacia el final venturoso.

Quienes compartimos ese minuto en el Globe, regocijados por Cavalli, Faustini, y quizás por Shakespeare (A horse! A horse!) estamos secretamente hermanados por una alegría profunda que aunque ya haya sido olvidada no acabará nunca.

HB

* William Hogarth: Una escena de The Beggar’s Opera, ca. 1728. Tate Britain, Londres. 

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